Día 0: Pamplona a Riumar

Llego a la estación de autobuses de Amposta después de seis horas de autobús. Para comenzar la caminata debe hacer a pie los últimos kilómetros hasta el mar, donde las aguas del Ebro encuentran por fin ancho acomodo .

Tras un penúltimo baño, me dispongo a vivaquear en la misma orilla del Mediterráneo. Mañana comienzo mi larga marcha.

A mi mochila le gustan los selfies. Aquí va el primero en la playa del Delta.

He comprobado con el gps mi posición. En el mapa actual el punto rojo señala la misma orilla. Si lo compruebo en los mapas de hace cien años, este punto estaba en medio del mar y el delta quedaba a cierta distancia.

Este es uno de los territorios más cambiantes de Europa. La silueta del delta sería irreconocible, solo la costa de los Países Bajos y las de otros deltas como el Ródano o el Arno han cambiado tanto.

Hace ocho o nueve mil años el nivel del mar estaba mucho más bajo y había probablemente otro delta formado por el Ebro. Pero en los siguientes milenios, como el Mediterráneo subió unos 100 metros, quedó bajo las aguas. Entonces el río desembocaba en un estuario en cuyas orillas los habitantes ermpezaron a construit la actual Tortosa.

El delta que conocemos es de creación bastante reciente. Empezó a ser notable al final del imperio romano de occidente. Su desarrollo natural se aceleró como resultado de la gran deforestación que se produjo desde la baja edad media, agudizada por el gran interés en la produccion de lana. La trashumancia permitió aumentar la cabaña ganadera lo que intensificó la erosión. Inmensas cantidades de limo bajaban por el río. El delta fue creciendo más y más, hasta adentrarse más de veinte kilómetros en el mar. Por eso, si hubiera empezado esta ruta hace un siglo o dos, sería algo más corta. Este crecimiemto se detuvo con la progresiva recuperación de los bosques en las montañas, muy visible ya para mediados del siglo XX, y la construcción de los pantanos de Mequinenza y Ribarroja, en cuyas aguas tranquilas se iban decantando buena parte de esos limos.

El primer personaje histórico que voy a presentar en este blog falleció más o menos por estos lugares hace más de dos mil años, seguramente en el mar o en las proximidades de la antigua Dertosa, la Tortosa de hoy, en algún punto ahora ocupado por arrozales, pero que quedaría entonces fuera del camino fluvial o pedestre.

 

PERSONAJE DEL DIA:

Quinto Casio Longino era un propretor nombrado por Julio César para gobernar las provincias de la Hispania ulterior que había conquistado en su guerra civil con Pompeyo (antes había sido cuestor en Hispania con este mismo Pompeyo). Corría el año 705 desde la fundación de Roma (el 48 antes de nuestra era). Cuentan las crónicas que se reveló como mal gobernante, y se enriqueció por encima de lo que solían hacerlo los gobernadores romanos en las provincias. No solo se rebelaron los naturales del país, hasta el punto de que quisieron darle muerte, sino que incluso se le amotinaron dos legiones, lo que provocó enfrentamientos intestinos.

Según algunas fuentes, cuando estas noticias llegaron a Roma, el Senado convocó a Casio para que rindiera cuentas. Según otras, ante el cariz que tomaban los acontecimientos, reunió las riquezas que había acumulado y se embarcó en Málaga para largarse de la península. Pero no llegó a Roma, pues murió en el camino, “en la embocadura del Ebro”. Se dice que en ese punto una tormenta hizo zozobrar su barco. ¿Fue un accidente? ¿Se perdió el tesoro que llevaba consigo? Teniendo en cuenta las circunstancias, ningún investigador policial descartaría otras hipótesis más truculentas. Pero llegamos tarde para investigarlo.

Este Casio era un personaje importante en Roma. Unos años antes había sido elegido tribuno de la plebe. Era de una prominente gens o familia romana:  pariente próximo, hermano o primo,  de Cayo Casio Longino. Este pasó a la historia poco después, pues fue con Bruto uno de los conspiradores que prepararon el asesinato de Julio Cesar en el año 44 A.C.

Muchos siglos más tarde volveremos a encontrar a otros Casio a orillas del Ebro. Espero que en su momento tengan un hueco en este blog.

Pero sin salir de la antigüedad nos encontramos con otro hecho, que lo descubrimos en la…

LECTURA DEL DIA:

Historia de Roma desde su fundación, libro XXII, de Tito Livio (59 a.C.- 17 d.C.)

Este es uno de los acontecimientos más antiguos que van a aparecer en este blog. Corría el año 217 antes de nuestra era, cuando se produjo un choque entre las flotas romana y cartaginesa en lo que ha sido conocida como Batalla de las Bocas del Ebro, o más corrientemente Batalla del Río Ebro.

Para comprender la narración hay que tener en cuenta que el delta aún no existía. La batalla fue de grandes dimensiones pues cada barco podía llevar entre remeros, marineros e infantería entre 300 y 500 personas y hubo en total casi un centenar de naves. Fue una de las mayores batallas navales del mediterráneo occidental. Al atravesar estos caminos entre los actuales arrozales, sobre los que se produjo el encuentro, cuesta imaginar que fueron un «campo» de batalla.

«Enterado Cneo Scipion (el general romano) del movimiento de los cartagineses (…) embarcó la flor de sus tropas y marchó en busca del enemigo con una flota de treinta y cinco naves. El segundo día después de su salida de Tarragona, llegó a un punto situado a diez millas de la desembocadura del Ebro. Desde allí envió a la descubierta diez naves ligeras de Marsella, que le trajeron la noticia de que la flota enemiga estaba en la desembocadura del río y que habían establecido un campamento en la costa.

Para sorprenderle de improviso y abrumarle por el terror extendiéndose en todos los puestos a la vez, levó anclas y marchó al enemigo. En España hay muchas torres construidas en las alturas, que sirven de atalayas y defensas contra los piratas: desde éstas descubrieron primeramente las naves de lo romanos, advirtiéndolo a Asdrúbal con una señal. Agitábanse ya en tierra y en el ejército cuando todo continuaba tranquilo todavía en la orilla y a bordo de las naves, porque no se oían ni el ruido de los remos ni los gritos de los marineros y porque la flota enemiga estaba oculta detrás de los promontorios.

De pronto, muchos jinetes despachados uno tras otro por Asdrúbal llegan mandando a todos aquellos soldados diseminados por la playa o descansando bajo las tiendas, y que nada podían esperar menos que ser atacados aquel día, que se embarquen inmediatamente y tomen las armas, porue la flota romana se acerca al puerto. Mientras los jinetes llevaban la orden por todos lados, el mismo Asdrúnbal llega con todo el ejército.

En aquel momento prodújose universal tumulto: marineros y soldados se precipitaban mezclados en las naves y antes parecía que huían de la tierra que disponerse al combate. Apenas se habían embarcado todos, cuando los unos se cogen al cable para levar el ancla y otros cortan las amarras, haciéndolo todo con extraordinaria precipitación, estorbando los preparativos de los soldados las maniobras de los marineros e impidiendo la agitación de éstos que los soldados tomasen las armas y las preparasen.

Ya se acercaban los romanos y habían formado el orden de batalla. Los cartagineses, menos turbados por el enemigo y el combate que por su propio desorden, después de intentar más bien que de trabar batalla, emprendieron prontamente la fuga; y como la desembocadura del río no era bastante ancha para recibir tantas naves que venían a la vez en ancha fila, arrojáronse aquí y allí sobre la orilla, encallando unas en los bajos y otras en la arena. Las tripulaciones, en parte armadas y en parte desarmadas, se refugiaron en el ejército formado en la orila del mar. En el primer choque habían sido capturadas dos naves cartaginesas y cuatro echadas a pique.

Aunque ocupaban el terreno los enemigos, extendiéndose el ejército por la playa, no vacilaron los romanos en perseguir la derrotada flota; y todas las naves que no se habían destrozado la proa en la costa o no habían encallado en los bajos, las llevaron a remolque a alta mar, apoderándose de veinticinco de esta manera. Pero la mayor ventaja de su victoria fue, que mediante ligero combate, se habían hecho dueños del mar en todos aquellos pasos».

1 comentario
  1. Ángel Dice:

    Después de leer en la novela «Aníbal» de Gisbert Haefs su caústico comentario sobre Tito Livio, del que dice novelar las Guerras Púnicas, más interesado en vender su obra agradando a sus compatriotas como apologista de Roma y satanizador de Cartago que en ejercer de historiador. Por lo que resulta gracioso leer en el pasaje que refiere la Batalla del Ebro la patética imagen que da del ejército de cartaginés comandado por Asdrúbal frente a la organizada y valerosa armada romana comandada por Cneo Scipion.

    «Livio concebía la historia desde un punto de vista moral y, más que una obra científicamente construida, la suya es la aportación de un poeta que canta con entusiasmo el esplendor del pueblo romano.
    Muy admirado por sus contemporáneos, sirvió de modelo a historiadores posteriores e influyó en los poetas épicos.»
    Uno de sus más entusiastas seguidores incluso recibió el Premio Nobel de Literartura, el ínclito Winston Churchill, admirador del fascismo de Mussolini y famoso por sus frases lapidarias, tal como la que lo describe tanto a él como a Tito Livio: «Dejad, pues, el pasado a la Historia, pues yo tengo la intención de escribirla.»

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