Día 11*: De Vall de Freixes al Mas de la Punta. Lo que el pantano oculta.

El pantano de Mequinenza tiene la silueta de un dragón:

El embalse de Mequinenza, largo, estrecho y con «espinas». Imagen del IGN.

Como buen dragón, este también esconde sus tesoros secretos. Bajo sus aguas hay un trasfondo histórico muy interesante.

La presa que lo embalsa, construida muy cerca de Mequinenza, se acabó de construir en 1966. Destaca por su gran longitud (más de 100 km del cauce inicial) y su superficie, que supera las 7.500 hectáreas. Tiene 500 km de costas. En ese contorno se puede almacenar una inmensa cantidad de agua. Es el quinto pantano por capacidad de España, (1.530 hm³). Tardó casi tres años en llenarse.

Se diseñó con una gran capacidad para contrarrestar y aprovechar las grandes riadas que de tanto en tanto conoce el Ebro. Por ejemplo, mientras se construía, en 1961 hubo una gran ebrada, como le llaman en algunas comarcas ribereñas. En el momento de la máxima avenida pasaban por el río unos 4.100 m³/s. Si ese volumen se hubiera mantenido se hubiera llenado el embalse completo en poco más de cuatro días, pero ese pico duró solo unas pocas horas.

Posiblemente destaca porque a pesar de su gran tamaño, su construcción no inundo ninguna población, algo realmente raro en los grandes embalses. Esto es así porque la zona elegida es la del gran semidesierto interior de los Monegros. Pero incluso las zonas muy áridas tienen vida y presencia humana. En realidad, no pocas familias vivían en la zona inundada.

Tras medio siglo las gentes han olvidado lo que había antes de su construcción. En esta entrada voy a dar un repaso a lo que había en esa zona, especialmente en las orillas del río.

Las fuentes van a ser las descripciones que hicieron los ingenieros en 1864 y 1882, las minutas cartográficas de los años 20 y los fotoplanos de 1927.

 

 

La calle principal de Monegros

Salvo Chiprana, pueblo situado en el extremo occidental de la lámina de agua, no hay pueblos ribereños. No muy lejos se halla Caspe, cuyos fundadores prefirieron situarlo a orillas del río Guadalope,  un par de kilometros del cuce principal del Ebro. Después el río tardará más de sesenta kilómetros para ver orillarse otro casco urbano.

Pero los mapas antiguos nos muestran multitud de construcciones a orillas del Ebro. He contado más de 150.

Mases y torres en el soto de la Herradura, en Caspe

No se trataba solo de pequeñas casetas. Los mpas distingen entre “torres” y “mases». Los mases se solían utilizar especialmente en la época de siega y trilla. Algunas torres debían tener cierta importancia y solían ser lugares de habitación permanente de una o varias familias.

El sustento principal se encontraba en la agricultura; la pesca debía ser algo más ocasional. Hasta la llegada de la corriente eléctrica la posibilidad de riegos era muy limitada. Un azud al pie de la ermita de la Magdalena alimentaba un corto canal de poco más de dos kilómetros. Algunas norias lograban aportar agua para otros pequeños regadíos. Solo con la llegada de las bombas pudieron expandirse los regadíos, especialmente cerca de Caspe.

El gran número de casas debía justificarse no sólo por los cultivos de la estrecha banda regable, sino también por el buen número de jornales que debía proporcionar la navegación, en particular cuando era necesario remontar la corriente.

un mas a orillas del Ebro

Para estas construcciones el río funcionaba como una gran avenida. En la mayor parte del trascurso había un camino por cada orilla que se utilizaba para halar las embarcaciones. Solamente en las zonas difíciles, en un largo tramo entre la Herradura y la Magdalena, parece que no había mases, cultivos ni caminos. Desconozco cómo conseguían remontar las embarcaciones el río en esa zona. Debía ser uno de los pasos más salvajes y complicados. Eso debe explicar la existencia del puerto de Los Arcos, del que hablaremos más adelante.

Las esclusas

Bajo las aguas se encuentran los restos de algunas de las esclusas que se construyeron a mediados del XIX para facilitar la navegación entre Zaragoza y Tortosa.

En el tramo del embalse había tres, en Chiprana, La Magdalena y cerca de dónde se construyó la presa de Mequinenza. Las habían construido para salvar los azudes que existían en esos puntos. Consistían en una derivación del cauce de varios cientos metros de longitud que acababa en una esclusa de unos 75 metros de largo y algo más de 10 de ancho. Eran tan amplias porque navegaban barcos de ruedas de hasta 50 metros de eslora con ruedas motrices exteriores. El canal de derivación permitía evitar que el barco fuera llevado por la corriente hacia la presa. A su salida se continuaba la derivación para que la caída del agua del azud no dificultara la navegación.

Restos de la Esclusa de Chiprana. Se adivina el canal de derivación, ya cubierto de vegetación. Servía para salvar la presa por la orilla derecha, en donde estaba la «casilla de la Esclusa»

El desnivel que superaban las esclusas era muy pequeño, de solo 2 a 3 metros. No se trataba tanto de remontar alturas como de salvar las presas. En la práctica, cuando el río bajaba muy crecido los barcos pasaban por encima de las presas, sin tener que pasar por la esclusa.

Junto a la esclusa solía construirse una casita para el esclusero y un “puerto”, donde amarrar las embarcaciones, bien para pasar la noche o guardar turno para pasar la esclusa. En estos puertos no solían haber carga o descarga. Todavía hoy en día se conserva la huella toponímica que dejaron: el cañadón que desembocaba cerca de la esclusa de Mequinenza se llama precisamente “barranco del puerto”. Cerca de Chiprana todavía en 1928 se encontraba la “casilla de la Esclusa”

Costaron en su tiempo entre 600 y 700 pesetas cada una. Contando la inflación transcurrida esta cantidad supondría ahora unos 250.000 euros. Una minucia para nuestro nivel de riqueza actual, pero una fuerte inversión en aquel momento.

Los Arcos

Además de esos puertos escluseros, había otros en pleno río. Uno de ellos, el único situado en el corto tramo que el Ebro baña la provincia de Huesca, me ha llamado la atención, aunque poco de cierto he logrado descubrir sobre su historia. Se trata del situado en la salida del arroyo de Valcuerna, que baja desde Peñalba. Casi siempre seco, servía de acompañante al camino que comunicaba con el camino real de Zaragoza a Lérida. Los raros años de buena cosecha debía servir para cargar el grano de los pobres campos monegrinos.

Los Arcos, en 1928

Los mapas de principios del XX muestran varias construcciones en la orilla del rio. No se trata de las pequeñas casas de habitación temporal o permanente ligadas a los cultivos.

Teniendo en cuenta la gran distancia entre lugares habitados era imprescindible contar con algunos puertos intermedios, así que es posible imaginar no pocas historias de los navegantes ebreños en este punto que, es de imaginar, serviría de refugio y posada.

 

 

La Magdalena

Esta península estaba en medio de esa zona solitaria y alejada. En lo alto había una ermita que hoy en día está en ruinas, pero aún muestra su antiguo esplendor como foco de romerías.

Algunas fotos de su estado pueden verse aquí.

Ahora, con el crecimiento del río por el pantano su posición, ya de por sí espectacular, se ha agrandado. Buena parte del año la montaña que la soporta se convierte en isla. Pero este milagro no da para que su paulatina degradación haga prever su desaparición total.

Restos de la esclusa para salvar el azud de la Magdalena. La construcción que se ve aguas abajo posiblemente sea la casa del esclusero y un lgar donde poder amarrar las barcas.

En épocas anteriores era otro de los puntos de parada en la navegación, pues parece que tenía próxima una posada.

 

Mucho podría escribirse sobre el paisaje, del escaso número de árboles -no eran compatibles con el arrastre de los barcos desde la orilla en las remontadas-, sobre los cultivos, caminos… Pero dejémoslo aquí, para poder dar un poco de rienda suelta a la imaginación.

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