Día 15: Del Monasterio de Rueda a Alborge. Ruedas y norias.

Esta noche pasada he dormido en el Monasterio de Rueda, enfrente de Escatrón. Es el primer monasterio que encuentro cercano al río. De hecho está en la misma orilla. Quiero escribir una entrada sobre los monasterios, pero tendrá que esperar un poco, hasta que aparezcan otros en el camino.

Hoy voy a hablar de su nombre: Rueda.

Desconozco desde cuando es conocido así, ya que no un nombre muy habitual. Es verdad que hay una gran «rueda» o noria pegante al monasterio, a orillas del Ebro, que lo caracteriza en su silueta y era imprescindible en su vida.

La Noria o Rueda del monasterio al atardecer. Al fondo, en la orilla opuesta del Ebro, aparece Escatrón

Las grandes norias han tenido, por su altura y movimiento acompasado, un especial atractivo. Destacaban en el paisaje… y en las ferias. Hasta Londres ha colocado una en el centro: no mueve aguas, sino personas, aunque no ha perdido su privilegio de estar junto al río.

(spoiler de cortesía, por si os interesa poco la técnica y más la literatura: esta entrada acaba con una poesía de Antonio Machado)

Imagino a generaciones de agricultores intentando arrancar cultivos de estas pobres tierras, mirando las enormes masas de agua que pasaban delante de sus ojos, en las que estaba su salvación. Simplemente había que llevar una poca de esa agua a la tierra sedienta, ya que por aquí apenas llueve (menos de 400 litros al año).

El método tradicional de subir a mano, cubo a cubo, permitía regar, con gran esfuerzo, poco más que una huerta. La solución a mayr escala estaba en las norias, en las que se podía utilizar otras energías.

Las más sencillas y baratas eran las que con las vueltas de un burrito, o de una persona, alrededor de un eje vertical puesto sobre un pozo, y con un mecanismo no muy complejo, permitía mejorar el rendimiento. Era ideal en zonas con aguas subterráneas abundantes (lo son las terrazas próximas a los ríos) en donde se excavaban pozos. Pero sólo permitía regar como mucho 3 o 4 hectáreas.

Un escritor de la segunda mitad del XIX decía, refiriéndose a las numerosas norias de este tipo que se encontraban en la zona del delta del Ebro: «Al observar estos rudimentarios aparatos, cualquiera se creería transportado a siglos anteriores cuando la mecánica no conocía las máquinas de vapor, las ruedas hidráulicas, los molinos de viento y el hierro fundido«.

Pero la verdadera revolución se dió con las «ruedas» o norias verticales, en dnde el eje horizontal permitía que la estructura llegara hasta el agua. Si tenía suficiente corriente, era el propio río quien impulsaba el giro y permitía que los cangilones o recipientes dispuestos astutamente ascendieran de forma continua agua, de forma regular a una gran altura.

foto de la Asociación de Amigos del Monasterio de Rueda

La rueda de este monasterio tiene 18 metros de diámetro. Como parte debe quedar bajo el agua, la altura útil es de unos 15-16 metros, es decir cuatro cinco pisos.

La técnica era conocida ya desde la antiguedad. Dicen que la inventó Filón de Bizancio en el siglo III a.C.

Los lugares en donde era práctico utilizarlas eran muchos: las terrazas y mejanas del curso medio del Ebro son ideales: cuentan con un río caudaloso, tierra fértil abundante, y una altura de elevación de pocos metros.

Sin embargo había muchos problemas para poder aprovechar este magnífico invento: eran muy costosas. Requerían una fuerte inversión para su instalación y mantenimiento, y exigían habilidades técnicas bastante sofisticadas.

Para empezar necsitaban grandes cantidades de madera de buena calidad, algo que no había en los alrededores del Ebro y había que comprar a los almadieros que la bajaban del Pirineo. Hacía falta hierro en cierta abundancia. Ajustar la instalación, que recordemos solía estar en movimiento permanente, provocaba no pocos dolores de cabeza, no tanto porque chirriaba como por el desgaste. Eso cuando no quedaba destruída en cualquier riada.

Eso explica que fuera un monasterio, que contaba con recursos y podía acceder a conocimientos prácticos a través de sus relaciones con otras abadías, quien pudiera construir una rueda hidráulica de estas dimensiones. Posiblemente en su momento, en la baja edad Media debió causar sensación y es lógico que se le adhiriera el nombre.

 

Con el tiempo las norias se fueron extendiendo en la zona del Ebro en las que resultaban más útiles. Una información de 1882 nos da una relación de 12 norias, nueve de las cuales se hallan en ese entorno: Sástago (varias), Gertusa, Escatrón (la del monasterio), Chiprana, La Magdalena, Vera, Mequinenza y Flix. En el curso bajo los regadíos se solucionaron de otra manera, con canales alimentados por un azud.

Hay referencias a una rueda hidráulica en el curso alto del Ebro, en Valdenoceda, pero parece ligada a un molino y no a regadíos.

En cuanto a las otras dos estaban en Calahorra y Tudela. En este municipio para regar un paraje de la margen izquierda que aún se llama «Las Norias». En aquel para regar los campos de El Sazal.

Unos años antes Madoz dice que había muchas norias entre El Burgo y Escatrón, citando una en Pina y otra en Quinto.

Todas ellas desaparecerían con la introducción de bombas a motor.

 

Para acabar, hoy tenemos una buena lectura. No parece que fuera el Ebro quien inspirara a Machado, pero el contenido es tan próximo a mis andanzas (una caminata solitaria y pensativa junto al río en julio…) que se ha ganado el derecho a que lo incluya.

LA LECTURA DEL DIA

del libro Soledades, galerías, otros poemas (1907), de Antonio Machado.

Soledades XIII

HACIA UN OCASO RADIANTE

Hacia un ocaso radiante
caminaba el sol de estío,
y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,
tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera
de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,
entre metal y madera,
que es la canción estival.

En una huerta sombría,
giraban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas oscuras el son del agua se oía.
Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

Yo iba haciendo mi camino,
absorto en el solitario crepúsculo campesino.

Y pensaba: “¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa
toda desdén y armonía;
hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía
de este rincón vanidoso, oscuro rincón que piensa!”

Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.
Lejos la ciudad dormía,
como cubierta de un mago fanal de oro transparente.
Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

Los últimos arreboles coronaban las colinas
manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.
Yo caminaba cansado,
sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,
bajo los arcos del puente,
como si al pasar dijera:

”Apenas desamarrada
la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se canta: no somos nada.
Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.”

Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.
(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

Y me detuve un momento,
en la tarde, a meditar…
¿Qué es esta gota en el viento
que grita al mar: soy el mar?

Vibraba el aire asordado
por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,
cual si estuviera sembrado
de campanitas de oro.

En el azul fulguraba
un lucero diamantino.
Cálido viento soplaba
alborotando el camino.

Yo, en la tarde polvorienta,
hacia la ciudad volvía.
Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo las ramas oscuras caer el agua se oía.

 

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