Día 19: Zaragoza-Zaragoza. El puente.

¿Reconocéis esta ciudad? No es fácil. Apenas hay edificios que un buen conocedor pueda encontrar. además. ¡ese extraño puento roto! Pero, sabiendo que tratamos del Ebro, no hay muchas opciones. Aunque le cueste a nuestros ojos, se trata de Zaragoza según cuadro de mediados del XVII:

Vista de Zaragoza, de Juan Baurista Martínez del Mazo, 1647. Museo del Prado.

Quería escribir una entrada sobre los puentes romanos del Ebro. Cada vez que pasaba por alguna población que conserva algún puente de piedra me han solido hablar de «su puente romano». Sabía que en la mayor parte de los casos esos puentes no son romanos, sino medievales. Confiaba en el de Zaragoza, pues durante el imperio era ya una gran ciudad y nudo de comunicaciones. Nunca pensé que aquí tampoco es romano, aunque las fuentes oficiales, de forma confusa, lo quieran dar a entender (por ejemplo el sitio web municipal de turismo).

De este puente, el del cuadro, que reconstruido una y otra vez es el que vemos hoy en día, se sabe cuándo, por quién y cómo se construyó. Empezaron en el año 1401 y tardaron cuarenta años en acabarlo. Parece que las obras de este entorno tienen fama de interminables…  Creo que en este caso bien pudieran estar justificadas por las dificultades que se intuyen en la construcción, especialmente en la cimentación.

Se sabe que hubo puente romano. Poco sabemos de esa época. Algunas informaciones dicen que fue destruido a principios del siglo IX y luego reconstruido por Abderramán II en el 839. Debió ser poco respetado por las riadas, pues se dice que en siglo XII se intentó levantarlo de nuevo. El actual, quizás sea el cuarto o quinto de la historia y tiene poco de romano, salvo quizás de los cimientos, ya que por la estructura urbana de la colonia romana se presume que siempre ha estado en el mismo lugar.

En el cuadro de arriba se puede observar un segundo puente, sito aguas abajo, donde ahora está el «puente de hierro» (construido a fines del XIX). Parece ser provisional, pues cuenta con un tablero de madera.

Son las dificultades de la construcción los que han hecho del puente de piedra un puente fenomenal. aunque no sea romano.

En las siguientes fotos centenarias se pueden ver otras de sus extraordinarias caracerísticas:

Postal de 1904. El puente cuenta con amplitud suficiente para soportar dos líneas de tranvía y espacio para los peatones. Los ocho metros de anchura pueden encontrarse en algunos puentes romanos, pero es muy raro en los medievales, mucho más angostos.

El puente de piedra de Zaragoza hacia 1900. Los tajamares, que protegen a los pilares de la corriente son inmensos. Se adentran hasta 15 metros en la corriente. Se ve -borroso- un tranvía, que aún no está electrificado y es tirado por caballerías. Probablemente fueron creciendo en sucesivas reformas (1659), pues se consideraban uno de los puntos débiles de la construcción.

 

El puente de Zaragoza fines del XIX. Al fondo el Pilar en construcció. En primer plano un barco. Obsérvese el salto de agua provocado por la gran cimentación y las torres defensivas, hoy desaparecidas. Los contrafuertes son también extraordinariamente grandes: 6 metros en los pequeños y 10 en los correspondientes a las dos torres desaparecidas.

 

Si os fijáis en la solera, aún resulta ser mayor.

La anchura de la solera, los cimientos, es de unos 50 metros. Esta solera tiene una superficie algo mayor que la basílica del Pilar (una hectárea), cuyas torres se ven a la izquierda.

La necesidad de contar con una solera tan ancha se debe a que donde se construyó Zaragoza no cuenta con un sustrato rocoso superficial. El fondo del río se apoya en limos y arenas. Fue posiblemente el principal error de los romanos al elegir este lugar (aunque quizás la distancia y dificultad de acceso a las fuentes de agua potable no fuera otro menor). Para que el río no se llevara los pilares, estos debían estar muy bien asentados.

Entre 1705 y 1720 se hicieron grandes trabajos para asentar el puente. Se amplió la zampea o zampeado, una estructura a base de estacas y piedra. Se utilizaban troncos de pino carrasco de unos cuatro metros de largo, cada dos metros (cada metro en las zonas más críticas). Un simple cálculo nos indica que se colocaron unos tres mil troncos, todo un bosque.

Carlos Blázquez* escribe: «Cuando había que construir un puente sobre un río con el lecho limoso o de gravas, sin roca firme donde asentarlo, se hacía un zampeado, que consistía en clavar maderos (en este caso de sabina) en el fondo como pilotaje de los cimientos. La acción del agua tendía a socavar ese zampeado y la cimentación, por lo que se recurría al enlosado de toda la base para crear un efecto de azud que suavizase el paso del río y limitase su poder erosionador«. Aunque dice sabinas, probablemente por la fama de imputrescible de esta madera, los documentos históricos hablan de «pincarrascos». Conseguir troncos gruesos de sabina de más de cuatro metros debía ser tarea casi imposible. Es probable que también se utilizaran troncos de pino y otra sespecies que bajaban en almadías.

Pero construir tan gran solera no solamente era costoso. También tenía consecuencias. En la práctica se construía una especie de dique, con acumulación de las aguas y la consiguiente creación de un pequeño salto aguas abajo, que tendía a descalzarla. Una gran inundación en 1775 se agravó por que el enlosado construido sobre el zampeado hacía represa. Por ese motivo poco después se rebajó, lo que también iba a facilitar la navegación. Pero aún es visible su gran tamaño.

 

Otro elemento más aportaba otra dimensión al puente. Se trata de algo que hoy apenas se puede intuir.  Los romanos construían puentes funcionales, limpios y aseados. Los medievales eran lo que ahora llamaríamos «multifuncionales». Para entenderlo conviene echar un vistazo al siguiente grabado que representa imaginativamente un puente parisino.

Además de camino, los puentes servían de fortificación, vivienda, polígono industrial, cobro de peajes, cárcel y lugar de encuentro. Todavía se pueden visitar algunos de ese tipo, como el de Florencia. Las dos grandes construcciones al lado de la torre son molinos «colgantes»; la barca con tejado bajo el arco central es un molino flotante

Las narraciones de viajeros nos hablan varias veces de la existencia de molinos flotantes bajo los arcos desde el siglo XII. A fines del XV existía un gran molino construido por alemanes. Sus rentas servían para mantener y reconstruir el puente. Además en uno de los pilares próximos a la orilla funcionaba una gran noria para elevar el agua. Los grandes contrafuertes que se ven en el cuadro con el que iniciábamos este artículo, sostenían torres de tres o cuatro pisos. En la parte inferior hay salidas que solo tienen sentido como acceso a las barcas o molinos.

El resultado de todo ello es un puente que considero extraordinario. Y además único. Desde Zaragoza hasta el mar Mediterráneo, el Ebro, con sus vueltas y revueltas, recorre 380 kilómetros.  En toda esa distancia, durante milenios no hubo ningún puente permanente. El de Zaragoza fue el primero. Tampoco había muchos hasta Logroño; solo el de Tudela, en un transcurso de otros 230 kilometros. ¡Dos puentes en seiscientos kilómetros!

A mediados del XIX se empezaron a construir los primeros para los ferrocarriles. A fines, los primeros modernos para las carreteras. Estimo que hasta entoncesel volumen de piedra empleado en el de Zaragoza era tan grande o incluso mayor que el que se utilizó para todos los demas puentes del río Ebro, empezando en Reinosa…

Realmente los puentes eran cosas extraordinarias. Eran tan costosos cuan prestigiosos. Vivir en una población en los aledaños de un puente daba inmensas ventajas. Zaragoza es una buena muestra. Tener una gran ciudad por estribo engrandece al puente. Para sobrevivir a los azotes del río sobre tan inestable suelo, el puente contó con el constante esfuerzo de la ciudad. El resultado salta a la vista.

 

*Nota: buena parte de los datos que he utilizado proceden del libro «Zaragoza. Dos milenios de agua«, de Carlos Blázquez (2005).

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