Día 3: De Amposta a Tortosa. La balsa de los elefantes

Este tramo es posiblemente el más rico en historias. El corredor litoral era el preferido para el comercio y las comunicaciones. La zona de Tortosa-Amposta era desde antiguo el equivalente a un «hub» logístico. Puertos fluviales y a la vez marinos, enlaces de caminos y calzadas.  

De entre otras muchas historias he seleccionado una, la que me parece más singular

LECTURA DEL DIA:

Historia de Roma desde su fundación, libro XXII, de Tito Livio (59 a.C.- 17 d.C.) (traducción de Francisco Navarro, 1888)

Si prefieres leerlo en la traducción manuscrita del canciller Pedro López de Ayala tendrás que ir a la Biblioteca Digital Hispánica

«Voy a narrar la guerra más memorable de todas las que han tenido lugar; voy a narrar la que los cartagineses, mandados por Aníbal, sostuvieron contra el pueblo romano. En efecto, jamás midieron sus armas naciones ni ciudades más poderosas; jamás las mismas Roma y Cartago dispusieron de mayores fuerzas y poderío».

Era el año 218 antes de nuestra era. Ocurrió poco antes de la batalla naval que describí el día “cero” de este blog. Tito Livio relató los hechos dos siglos después de que ocurrieran. Para nosotros han pasado 2.238 años. Tiene, sin embargo, muchas cosas que nos pueden parecer contemporáneas. La guerra fue brutal. Duró 18 años y trajo la destrucción de gran número de ciudades, sobre todo en Italia y el norte de Africa. Algunos calculan que hubo muchos cientos de miles de muertos, hasta tres cuartos de millón.

Se puede decir que la mayor campaña de esta guerra, la invasión de Italia, comenzó precisamente a orillas del Ebro. Este río había sido aceptado como frontera principal entre las áreas de influencia romana y púnica. Su cruce por el ejército cartaginés iba a ser una especie paso del Rubicón para Aníbal. Pero que lo cuente mejor Tito Livio:

«Partiendo Aníbal de Cartagena (Cartago nova), pasó por Etovisa y llevó el ejército hacia el Ebro y las costas. Dícese que aquí vió en sueños un joven de forma divina, que decía ser enviado por Júpiter para guiarle á Italia y que le mandó seguirle sin perderle jamás de vista. Dominado por el estupor, Aníbal le siguió al principio, sin mirar en derredor ni detrás; mas por curiosidad natural, empezó á buscar en sí mismo el objeto cuya vista se le prohibía y no pudo dominar el deseo. Entonces vió detrás de él una serpiente prodigiosamente grande que avanzaba entre inmenso montón de árboles y arbustos rotos; después creyó oir un trueno seguido de violenta tempestad. Habiendo preguntado lo que significaban aquel monstruo y aquel prodigio, le contestó una voz «que era la devastación de Italia; pero que continuase su camino sin preguntar más y que respetase los secretos de los hados.»

Regocijado con esta visión, pasa el Ebro por tres puntos, cuidando de enviar delante gentes encargadas de ganar por medio de presentes á los galos, cuyo territorio tenía que atravesar, y de reconocer en seguida los pasos de los Alpes. Noventa mil infantes y mil doscientos caballos pasaron el Ebro bajo sus órdenes».

Imaginemos la situación: buena parte del ejercito cartaginés procedía del norte de África. De Cartago a Cartagena pasando por Cádiz había 2.600 km. Hasta el Ebro otros 500. El transporte por mar estaba limitado por el dominio marítimo romano. Buena parte de esa ruta la hicieron a pie. Decenas de miles de soldados se agolpaban a orillas del Ebro, tras haber caminado toda esa distancia. Les esperaban -aunque quizás solo eran conscientes de ello los generales, otros dos mil kilómetros por delante. Al lado de estas cifras la caminata que quiero hacer, con calzado moderno y equipaje mucho mas ligero, es un juego de niños. No les debieron venir mal los ánimos que el divino joven les infundió.

Las tropas eran de orígenes variados. Muchos miles habían venido desde el norte de África del entorno de Cartago. Había también cientos de baleares, ligurios, libifenicios, moros y númidas, además de otros procedentes de numerosas naciones de Hispania.

No detalla Livio cómo pudo pasar tan gran ejército un caudaloso río. Pero unos meses más tarde Aníbal se encontró en la Galia con otro obstáculo semejante: el paso del Ródano. En esta ocasión el historiador romano nos explica detalladamente cómo procedieron. Podemos imaginar que el mismo sistema se empleó en el Ebro.

«…a los demás ribereños Aníbal les decidió con regalos a que le procurasen y construyesen por todas partes barcas, tanto más cuanto que estos pueblos estaban impacientes por ver al ejército cartaginés pasar a la otra orilla y su territorio libre de aquella multitud que lo arruinaba. Pronto reunieron considerable número de barcas y barquillas construidas ligeramente para la comunicación de ambas riberas. Además los galos comenzaron los primeros construir nuevas barcas, ahuecando troncos, y muy pronto los mismos soldados, invitados a la vez por la abundancia de materiales y la facilidad del trabajo, labraron apresuradamente canoas informes que bastasen para flotar en el agua con ellos y su equipaje».

Como en el Ebro, el ejército se dividió. Una avanzadilla hizo un rodeo cruzando el río aguas arriba:

«Los soldados se apresuraron a cortar árboles y construir almadías para trasportar los caballos, los hombres y equipajes. Los españoles, sin tomarse este trabajo, colocaron sus vestidos sobre odres y cruzaron el río tendidos sobre sus escudos. El resto del ejército, habiendo pasado sobre balsas reunidas, acampó en las orillas del río; y como estaban fatigados por la marcha nocturna y el trabajo, descansaron durante un día».

En cuanto al grueso del ejército pasó así:

«La infantería tenía ya preparadas y dispuestas sus canoas; los jinetes, de los que casi todos los caballos seguían a nado, ocupaban las barcas grandes, que avanzando en fila delante de las otras para vencer la fuerza de la corriente, facilitaban la travesía a las canoas que pasaban más abajo. La mayor parte de los caballos nadaban conducidos por la brida desde la popa, a excepción de los que habían embarcado ensillados y embridados con objeto de que los jinetes pudiesen utilizarlos al saltar a tierra. (…)

En cuanto al modo de hacer pasar los elefantes, creo que hubo diferentes opiniones; al menos los relatos varían mucho acerca de este hecho. Según algunos, habiendo reunido los elefantes en la orilla, irritado el más furioso de ellos por su conductor, le persiguió en el agua, por la que huía a nado y de esta manera los arrastró a todos: ahora bien: en cuanto cada animal de estos, que tanto temen el agua profunda, perdió pie, la misma corriente le llevó a la orilla opuesta. Más probable es que los trasladasen en almadías; y como este era el medio más seguro antes de la experiencia, es también el más creíble después del hecho. Lanzóse al río una almadía de doscientos pies de larga y cincuenta de ancha: para que la corriente no la arrastrase, sujetáronla con fuertes cuerdas a la parte superior de la ribera y la cubrieron de tierra para simular un puente sobre el que pudiesen avanzar aquellos animales con tanta seguridad como en el suelo. Unióse a la primera otra igualmente ancha pero de cien pies de larga, para la travesía; y cuando los elefantes, marchando sobre la almadía fija como por un camino, siguiendo a las hembras, hubieron pasado a la pequeña, cortando en seguida las cuerdas que la retenían, la remolcaron a la otra orilla algunas barcas ligeras. Desembarcados los primeros, fueron trasportados sucesivamente de la misma manera los demás. No mostraban inquietud alguna mientras marchaban como sobre un puente sólido: su miedo comenzaba cuando, separándose la segunda almadía, se veían arrastrados en medio del agua; estrechándose entonces los unos contra los otros, porque procuraban los que estaban en los extremos alejarse del agua, ocasionaban alguna confusión, hasta que les contenía el temor que les inspiraba la vista del agua. Algunos a fuerza de agitarse cayeron al río; pero sostenidos por su propio volumen, después de derribar a sus conductores, encontraron pie insensiblemente y ganaron la orilla»

El historiador e ilustrador británico Peter Connolly (1935-2012) intento plasmar la descripción de Tito Livio en su «The carthaginian elephants being towed across the Rhône»

Así pasaron los elefantes, una cuarentena en total. Debió ser todo un espectáculo.

2 comentarios
  1. Manuel Quirós Dice:

    Pues esta anhelada entrada, de fluviologia comparada, ha sido realmente graciosa y dentro de su desfabulación mítica, suponiendo un ingenio notable del arriero de paquidermos, cabe suponerse certera ya que si así se hizo en el Ródano con mayor antelación así hubo de ser en el Ebro. Gracias ingenioso ingeniero de la oronda y robusta figura, amén de cosmopolita intelectual y fabuloso narrador de pretéritas gestas….

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  2. Ángel Dice:

    Muy entretenidas las historias de Tito Livio. ¡Qué portentosa imaginación la de aquel romano!
    »Noventa mil infantes y mil doscientos caballos pasaron el Ebro bajo sus órdenes»
    Con esas colosales cifras lo de los elefantes queda en una mera anécdota. Decenas de miles de infantes y más de mil caballos haciendo una travesía de miles de kilómetros… ¿De qué vivían aquellos seres divinos? ¿Del maná quizás? Allí por donde pasaron no debió quedar brizna de hierba que llevarse a la boca. Ni el caballo de Atila pudo desertizar tan vasto territorio. Las historias de Tito Livio son como las de Astérix y Obélix pero, en lugar de contadas por dos gabachos, contadas por un romano.
    A ver si tenemos la suerte de recibir alguna entrega más del famoso novelista.

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