Día 4: Tortosa-Tortosa

Las cosas parecen complicarse. Llega el fin de semana, primero desde el desconfinamiento: la mitad de los hoteles están cerrados y la otra mitad, en la zona que debo atravesar estos días, llenos. No tengo el cuerpo para vivaquear dos o tres días seguidos y mantener las fuerzas para la caminata. Así que me detengo y rehago planes. Lo peor se avecina dentro de unos días cuando tres o cuatro etapas discurren por las comarcas aragonesas que han visto rebrotar el coronavirus. Afortunadamente en Tortosa hay muchisimos temas históricos que tratar.

LECTURA DEL DIA:

En esta ocasión, y sin que sirva de precedente, el texto no se refiere al río. Se trata de un poema de un autor natural de esta ciudad y que me servirá para llenar un periodo histórico para el que no tengo muchos retazos y, de paso reflexionar un poco:

AUSENCIA

Sin parar recorro el cielo con mis ojos

por si puedo ver la estrella que miras tú

 

A los trotamundos viajeros les pido insistente

si alguno de ellos ha sentido tu perfume ligero

 

Tan solo con el mover de los vientos, me pongo frente a ellos

por si la más ligera brisa me lleva alguna palabra tuya

 

Furtivo guardo aquellos que encuentro cerca de mí

para ver y entrever tu rostro aunque sea un instante

 

Rodando caminos arriba, sin meta ni rumbo voy

buscando la canción que me diga el nombre amado  

 

Si os ha parecido poco innovadora o contemporánea, tenéis razón (aquí en una versión musicada por Miquel Perez de la traducción catalana de Josep Piera). Está escrita hace casi mil años. Su autor es Abu Bakr al Turtuxí, de nombre completo Abu Bakr Muhammad ibn al-Walid ibn Khalaf al-Tartushi ( أبو بكر محمد بن الوليد بن خلف الطرطوشي), por aquí a veces llamado Abubequer), nacido en 1059. Era un poco de todo: filósofo, politico, poeta, viajero… Porque me ha llamado la atención precisamente este aspecto: salió joven de Tortosa, y tras recorrer Bagdad, Damasco, Alepo, El Cairo… fue a instalarse en Alejandría, donde murió en 1127. Recorrido excepcional, pero no extraño entre otros nacidos a orillas del Ebro.

Cien años antes, hacia el 960, un mercader de origen judío, Ibrāhīm ibn Yaqūb al Tartusi (912-966), partió a recorrer Europa. Parece que encargado con alguna función diplomática visitó Roma -en donde fue recibido por el emperador Oton I-, la actual Praga, Polonia, negoció con los vikingos, regresando luego por mar hasta Burdeos. escribió su libro de viajes, del que no quedan más que fragmenos y referencias indirectas. Tomemos nota de que según algunos una de sus funciones era la de comercias con esclavos eslavos (dos palabras de una misma raíz), ya que nos volveremos a encontrar con esta cuestión dentro de unas etapas.

Si Ibrahim precedió a Abu Bakr, no tardó mucho en surgir otro ebreño viajero, el judío Benjamín de Tudela (1130-1173). Este recorrió a partir de 1165 el Mediterráneo, Anatolia y la península arábiga.Pero su primer tramo lo hizo posiblemente navegando aguas abajo del Ebro, pasando por Zaragoza y Tortosa. Escribió la memoria de su viaje, aunque es verdad que de esta primera etapa no dice apenas nada: «Benjamin de Tudela, hijo del rabino Jonas, de piadosa memoria, dice: Primeramente partí de la ciudad de Zaragoza, descendiendo por el Ebro hasta llegar a Tortosa: de allí, tras dos días de marcha entraba en Tarragona la vieja...» ¿Casualidad? Un gran río como el Ebro es siempre una amplia puerta abierta al mundo.  

 

EL INHITO DEL DIA:

Paseando por Tortosa he buscado alguna referencia a un hecho que cuando lo leí hace años me impresionó. Creo que refleja mucho nuestra historia de los dos últimos siglos. Pensaba que habría alguna placa o inscripción, ya que en su momento fue un hecho que levantó revuelo y protestas en buena parte de la prensa europea.

Pero no hay nada. Al menos nada directamente ligado, aunque sí un par de elementos que el paseante avisado puede relacionarlos con aquel terrible hecho. 

En la oficina de turismo me han explicado que aconteció en la actual plaza de Alfonso XII. A unos pocos metros hay una calle que lleva el nombre de uno de los afectados: Ramón Cabrera.

Cabrera (1806-1877) fue un importante general carlista nacido en Tortosa. Era hijo de un marino mercante, dueño de un falucho que recorría el Ebro y los puertos mediterráneos. A fines de 1833 se inorpora a las fuerzas carlistas en el Maestrazgo y pronto destaca y asciende. Con veintisiete años es nombrado coronel. Al año siguiente toma el mando de todas las fuerzas del frente de Aragón-Valencia, que alcanzaba el Ebro.

 

La otra referencia, quizás simple casualidad, es el monumento que hay en la plaza Alfonso XII. Representa a una madre con su niño pequeño. Inicialmente estaba en el centro de la plaza, rodeada de un pequeño estanque. Pero una remodelación moderna la ha apartado a un costado y queda casi oculta por la vegetación :

No hay inscripción alguna. Pero algo da que pensar. En este lugar, a pocos pasos del Ebro, el 16 de febrero de 1836 fusilaron a la madre de Cabrera.

Ana María Griñó llevaba ya más de un año presa, tomada como rehén. Hasta entonces la guerra civil había sido cruel. Eran habituales los fusilamientos de los prisioneros y heridos del enemigo. Pronto se pasó a matar a los simples sospechosos. Siguió la toma de rehenes entre los familiares. En febrero de 1836 Cabrera mandó fusilar a dos alcaldes que no siguieron sus órdenes y le habían denunciado.

El siguiente paso fue el fusilamiento público de una anciana, sin juicio, pero con el visto bueno de las autoridades militares liberales, entre ellas Espoz y Mina.

Cabrera no se quedó atrás y en represalia mandó matar a cuatro mujeres familiares de liberales… La espiral de violencia no parecía tener límite.

Cuando las noticias llegaban a Europa nos observaban alucinados.

Yo esperaba encontrar una placa o algo que recordara esos hechos, por eso que se dice que un pueblo que ha olvidado su historia está condenado a repetirla. Y vaya que si se ha repetido varias veces. En febrero de 1936, cuando se cumplía el centenario, un artículo de un periódico de tendencia carlista intentaba recordarlo, sin mucho efecto. Pero seguimos sin placa y con la memoria descuajeringada.

 

2 comentarios
  1. Ángel Dice:

    Estimado Jesús, alias «El Monti»:
    Tengo el honor de ser el primer seguidor de tu blog en dejar un comentario.
    Tus crónicas viajeras sobre la travesía del Ebro a pie comienzan con buen pie, a pesar de los problemas iniciales que apuntas.
    Personalmente me interesa mucho la Historia con mayúsculas y leeré con curiosidad las pequeñas historias que en este blog vayas relatando.
    Dices que «Un gran río como el Ebro es siempre una amplia puerta abierta al mundo.» Efectivamente, los puertos fueron hasta el S. XX las puertas del mundo y los grandes ríos, como el Rin, el Danubio e incluso el Ebro, las autopistas que conectaban mares y océanos tierra adentro. Por lo menos lo fue hasta la llegada del tren, el coche y el avión.
    Me sorprende lo que comentas, a tenor de los asesinatos de civiles y prisioneros en aquella Guerra Carlista, de que la Europa de entonces «nos observaba alucinada» por esos hechos crueles. Esa alucinación centroeuropea debía de contener un abuena dosis de pérdida de memoria histórica y mucho de hipocresía. ¿Hubo alguna vez una guerra que no fuera el triunfo de la barbarie? Probablemente aquella Europa se sentía superior y más civilizada que la España de entonces. No obstante, ¿cómo habría que definir los hechos que causaron tanta muerte y dolor a causa de las Guerras Napoleónicas pocas décadas antes?, ¿qué barbaridades, genocidios y guerras sin cuento, no cometieron y promovieron esas naciones «civilizadas» en África, Asia y América a lo largo de los siglos XIX y XX?
    Los únicos que pueden alucinar por tanta barbarie histórica son aquellos pueblos que no promovieron guerras.
    Seguiré leyendo con sumo interés tus crónicas viajeras.

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  2. Ángel Dice:

    «Un gran río como el Ebro es siempre una amplia puerta abierta al mundo.» dice nuestro «Cela».
    Y yo añadiría: Un gran río es como una gran fuga, una fuga de agua que desemboca en la libertad de ancho mar. Fugas fluviales que no hay carcelero ni fontanero que las detenga y por cuyas aguas se fugaron tantos y tantos en la Historia y en las historias.

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