Día 21: De Casetas a Cabañas de Ebro. Un prejesuítico debate sobre mariano-mariología

NOTA PROVISIONAL: se me acumula el trabajo y el cansancio. No llego a cubrir los huecos que voy dejando. Voy a cambiar de táctica: intentaré poner todos los días la entrada correspondiente a la etapa que he caminado y cuando tenga un día de descanso completaré los que me faltan. De todas formas tener en cuenta que los atrasados saldrán en el orden correspondente, es decir el 12 despues del 11…, y no en el de inclusión en el blog.

Espero que no os asuste el título. Para endulzar la entrada os voy a contar lo que me ha pasado al llegar a este pueblo de Cabañas de Ebro.

Resulta que aquí se halla la principal fábrica de una conocida marca: Zara.

Es una marca que me trae recuerdos infantiles, aunque no he dejado de usarla desde hace medio siglo. Antes de ver el cartelón con su logo en las naves, me he percatado por el olor. ¿Por el olor?

Bueno aún sin olfatearlo seguramente sabréis distinguir los logotipos con sus letras entrelazadas:

¿Lo pilláis? El que huele a infancia es el de la izquierda:

El regaliz era un producto de cierta importancia que se recolectaba en los sotos del Ebro. Yo todavía recuerdo haber arrancado la planta para mordisquear sus raíces en un soto de Lodosa hace medio siglo. Es lo que tienen sabores y olores, que se graban en la memoria.

Pero la extraña historia de hoy es no de hace 50 años, sino de 500.

Os presento a los protagonistas. Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, pasó por este camino del Ebro en 1522. Estaba en la treintena y el año anterior se había llevado un buen susto cuando, defendiendo como buen guipuzcoano los intereses de su señor el soberano de Castilla, fue herido por una bala de cañón que, dicen, le pasó entre las piernas («le acertó a él una bombarda en una pierna, quebrándosela toda; y porque la pelota pasó por entrambas las piernas, también la otra fue mal herida«). Esto ocurrió en el castillo de Pamplona, asediado por las tropas franco-navarras del rey legítimo de Navarra.

El otro era un moro, denominacion que en la época no era despectiva.  Podís ser cualquiera de los musulmanes que vivian en estas comarcas, dedicados a la granjería y el regadío, y que constituían una de las principales riquezas de la región.

Ambos estaban a punto de cambiar de vida. Al moro porque solo cuatro años más tarde se vería obligado a transformarse de mudéjar (practicante musulmán en la sociedad cristiana) en morisco (converso obligadamente).  Ignacio, todavía estaba acostumbrado a la vida mundana: reconocia que estaba colgado de las «series» de la época, es decir de los libros de caballerías. Tomar nota porque en próximas etapas vamos a vivir algunas de estas gestas caballerescas… Pero había iniciado este viaje para abandonar todo eso. Doce años más tarde, con media docena de colegas universitarios fundaría la Compañía de Jesús, los jesuitas.

Ambos iban por el camino real cabalgando en sendos mulos. Ignacio debía ir pensativo; el moro llevaba alguna prisa. Pero no tanta como para entablar conversación cuando le alcanzó.  No sabemos dónde ocurrió exactamente. Por las indicaciones, ese pueblo fuera del camino real,  pero muy próximo, puede encajar perfectamente con Cabañas de Ebro.

Ya tenéis los personajes y la escenografía. Ya es hora de…

LA LECTURA DEL DIA

Autobiografía de Ignacio de Loyola, según el texto recogido (1553) por Luis Gonçalves da Camara.

«Pues yendo por su camino le alcanzó un moro, caballero en su mulo; y yendo hablando los dos, vinieron a hablar en nuestra Señora; y el moro decía, que bien le parecía a él la Virgen haber concebido sin hombre; mas el parir, quedando virgen, no lo podía creer, dando para esto las causas naturales que a él se le ofrecían. La cual opinión, por muchas razones que le dio el peregrino, no pudo deshacer.»

A quien le pueda parecer estrambótica esta conversación sobre la virgen entre un moro y un cristiano le convendrá saber que Maryam, como denominan en árabea la madre de Jesús, tiene un papel importante en el Islam. Es la única mujer que aparece nombrada en el Corán, y no una o dos veces, sino setenta, y tiene casi tanta relevancia como su hijo. Era un tema común entre ambas religiones, aunque con ideas diferentes.

No debían ser los modales de Ignacio los de un polemizador universitario, sino los de un soldado convaleciente, educado en los sermones de los curas rurales. Sea porque el tono empezó a asustar al moro, sea porque realmente tenía mas prisa que ganas de debatir con aquel joven, procuró calladamente poner distancia de por medio:

«Y así el moro se adelantó con tanta priesa, que le perdió de vista, quedando pensando en lo que había pasado con el moro. Y en esto le vinieron unas mociones, que hacían en su ánima descontentamiento, pareciéndole que no había hecho su deber, y también le causan indignación contra el moro, pareciéndole que había hecho mal en consentir que un moro dijese tales cosas de nuestra Señora, y que era obligado volver por su honra. Y así le venían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho; y perseverando mucho en el combate destos deseos, a la fin quedó dubio, sin saber lo que era obligado a hacer. El moro, que se había adelantado, le había dicho que se iba a un lugar, que estaba un poco adelante en su mismo camino, muy junto del camino real, mas no que pasase el camino real por el lugar.

Y así después de cansado de examinar lo que sería bueno hacer, no hallando cosa cierta a que se determinase, se determinó en esto, scilicet (es decir), de dejar ir a la mula con la rienda suelta hasta al lugardonde se dividían los caminos; y que si la mula fuese por el camino de la villa, él buscaría el moro y le daría de puñaladas; y si no fuese hacia la villa, sino por el camino real, dejarlo quedar. Y haciéndolo así como pensó, quiso nuestro Señor que, aunque la villa estaba poco más de treinta o cuarenta pasos, y el camino que a ella iba era muy ancho y muy bueno, la mula tomó el camino real, y dejó el de la villa.»

En esta reacción vemos aún ese espíritu de los libros de caballerías y un pronto que Don Quijote, próximo invitado estelar en este blog, aún culpando también al destino hubiera tratado de otra manera. Seguramente Sancho habría resaltado que la mula era más inteligente y razonable que Ignacio.

Como véis todas estas historias se van entrelazando. Seguramente reaparecerán caballeros, enfrentamientos civiles, seguramente surgirá en algún recodo el Corán… Entretanto imaginemos que Ignacio y el moro, cada uno por su lado, apreovecharon el primer soto que encontraron para arrancar un regaliz y llevárselo a la boca para olvidar las penas.

 

 

 

 

 

3 comentarios
  1. Arantza Dice:

    Ya vas acercándote, animo! Me ha encantado la historia del gipuzkoano… Y Santxo tan sensato como humano… A seguir disfrutando!!

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  2. Á Dice:

    ¡Por Tutatis, qué joya de pasaje!
    Vaya, cómo se las gastaba el Santo.
    Menos mal
    que la mula fue al final
    mucho más sensata que el «animal»,
    y del pobre moro
    no llegó la sangre al río…
    Ebro.

    Responder

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