Día 26: De Alfaro a Rincón de Soto. El Ebro divino

Esta mañana he partido de Alfaro, una de las ciudades más antiguas del valle. Puntos habitados más o menos estables los ha habido desde hace muchos milenios, pero el convertirse en ciudad urbana es un paso que pocos han dado. El de Alfaro es algo especial, porque fue fundada por los romanos en el año 179 a.C. por el general Tiberio Sempronio Graco (el padre de los Graco tribunos de la plebe que acabaron siendo dos de los personajes más famosos de la república romana), en buena parte para asentar a sus soldados heridos en las guerras celtíberas. Como en el caso de Zaragoza se encuentra muy cerca de donde dos ríos importantes (el Aragón y el Alhama) afluyen al Ebro, es decir en un cruce de caminos.

Próxima está Calahorra. Son tierras con un importante componente sacro. Es el momento, pues, de hablar de la divinidad del Ebro.

Como es un tema en el que me siento muy profano, me voy a limitar a reproducir unos párrafos de uno de los escritores/periodstas que más ha escrito sobre el Ebro en…

LA LECTURA DEL DÍA

Simbolismo, identidad y mito del Ebro (1996), escrito por José Ramón Marcuello Calvín (1947)

«No parece haberse dado con excesivos elementos documentales o arqueológicos que permitan conocer el grado de veneración o de actitud religiosa y ritual de los hispanorromanos hacia el viejo e imprevisible Hiberus. Probablemente, el único elemento que permita atestiguar el carácter sagrado de nuestro río sea la placa hallada en el Baix Ebre y actualmente custodiada en el Museo Arqueológico de Tarragona. Domingo Manfredi, en su conocida Biografía del Ebro, asegura:

‘Una inscripción aparecida en excavaciones realizadas en Tarragona indica que el Ebro recibió en otros siglos culto y fue tenido por sagrado, y sus ninfas por divinidades’.

De esta opinión participa también, aunque quizás con algunas reservas, el ilustre profesor Antonio Beltrán, para el que:

‘El poeta Claudiano, que habla del «Dives Hiberus», no debía referirse a una posible riqueza aurífera de sus aguas, que sabemos nunca ha existido, sino, tal vez, a la divinización del caudaloso río, al que, en tal sentido, puede referirse una lápida de Tarragona, pedestal o dedicatoria al dios fluvial Flumen Hiberus'».

Huérfanos de otros muchos más elementos documentales acerca del carácter mitológico del Ebro para esta época, debemos adentrarnos ya en el territorio de lo legendario (con tan estrechos parentescos, por otra parte, con lo mitológico) para encontrar una segunda referencia explícita del Ebro. Se trata de la conocida como Leyenda de Trabs, recogida y referenciada por Julio César durante sus campañas contra Pompeyo en Hispania y que luego fue recogida y transcrita por Alfonso X el Sabio y contada en el peculiar castellano de su época. Dice así:

«El río Ebro, que estaba una vez yelado et un niño, que habie nombre Trabs, andaba trebejando por somo el yelo, et foradóse el yelo en un logar e fuese el niño al fondón. Pero travósele la cabeza en aquel forado e volviéronle las aguas el cuerpo tanto a cada parte que se le cortó la cabeza. E a cabo de muchos días, vino su madre a coger aqua en una orza muy grand et cogió y envuelta del agua la cabeza de su fijo et conoscióla et dixo: «Esto sólo parí pora las llamas, et lo al todo pora las aguas». Et esto dicie ella porque lo al (es decir, «lo otro») se perdió en las aguas et aquello que falló quemólo et alzó los polvos muy bien, segund que era costumbre de los gentiles de quemar los muertos et condensar los polvos».»

Recordemos que antaño no era tan raro que se helara el río.

Ya véis como poco a poco todas las entradas de este blog, a pesar de ser tan dispares, se van entrelazando firmemente. Para completar la obra quisiera añadir unos párrafos de una obra que se me antoja es de bastante actualidad. Así que aquí va una…

SEGUNDA LECTURA DEL DIA

Obras II, de Prudencio (348-410 aprox.)

No hay muchos escritores clásicos nacidos a orillas del Ebro. Dos de los más importantes eran de aquí cerca. Quintiliano era de Calahorra. De Prudencio se discute si era también de esa ciudad o de Zaragoza, ya que se reclamaba de ambas. Como estoy a medias, tengo excusa para traerlo a este blog.

Aurelius Prudentius Clemens llegó a ser un alto funcionario imperial, gobernador de dos provincias. A los cincuenta años decidio retirarse y volver a Hispania, recluyendose en un monasterio, en donde empezó a escribir poesía religiosa. Sabemos que hacia el año 404 volvió a visitar Calahorra. Quizás en estas tierras a orillas del Ebro, del que no se olvidaba, reflexionando sobre el papel del imperio romano, ya en franca decadencia, escribió las siguientes frases:

«Dios, queriendo unificar pueblos de lenguas discordantes y reinos de culturas diversas, decidió que se sometiera a un solo mando toda tierra de costumbres civilizadas y soportara los suaves lazos de un yugo concorde, para que el amor a la religión mantuviera unidos los corazones de los hombres; pues no hay unión digna de Cristo si un espíritu único no aúna los pueblos involucrados. Sólo la concordia conoce a Dios, sólo ella rinde culto, adecuado y calmo, al Padre benigno.

El muy pacífico acuerdo de la alianza humana gana su favor para el mundo, lo ahuyenta con la disidencia, lo irrita con las crueles armas, lo sustenta con el don de la paz, lo retiene con la sosegada piedad. En todas las tierras que envuelve el océano de occidente e ilumina Aurora con su rosado nacimiento, Belona (la diosa de la guerra) enloquecida embarullaba todo lo mortal y armaba manos fieras para mutuas heridas.

Con el fin de frenar esta furia Dios enseñó a las naciones de todos los confines a inclinar la cabeza bajo unas mismas leyes y a hacerse todos romanos, aquellos que baña el Rin y el Histro (nombre antiguo del Danubio), el aurífero Tajo y el gran Ebro, aquellos por cuyas tierras discurre el río cornudo de las Hespérides, aquellos a los que el Ganges alimenta y a los que bañan las siete bocas del tibio Nilo. Una ley común los hizo iguales, los enlazó en un mismo nombre y una vez sometidos les puso cadenas fraternas.

En regiones de toda procedencia se vive no de otra forma que si una ciudad patria encerrase con una única muralla a ciudadanos de un mismo nacimiento y estuviéramos todos unidos en torno al lar de nuestros mayores. Regiones distantes por su emplazamiento y costas separadas por el mar se encuentran, ya por una citación ante un tribunal único y común, ya en concurrida reunión para comerciar con sus productos, ya por casamiento para los trámites legales de una boda extranjera; pues con sangre mezclada se está tejiendo una única estirpe, con la participación alternativa de dos pueblos. Esto es lo que se ha conseguido con tan grandes éxitos y triunfos del poder romano.»

 

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