Día 30: De Agoncillo a Logroño. Traductores y carlistas cruzan el río en diferentes días

Se me acumulan los temas. Así que hoy toca ración doble.

No quisiera dejar sin presencia, dos que la tuvieron importante en la historia del río. No tienen nada que ver, salvo que se trata de gentes que se veían obligadas a atravesar la corriente. Los días que separan una y otra historia se cuentan por cientos de miles. No tenían riesgo de coincidir.

Se trata de cuestiones relacionadas con los monasterios próximos al río y con las guerras carlistas. Ya hubo algún apunte previo sobre ambos temas. Pero para fijar bien la posición me hacen falta al menos tres referencias, así que además de la presente espero poder volver sobre ello en los próximos días.

Traducciones monacales

Supongo que no os dice nada el nombre de Herman de Carintia, también conocido como Hermannus Dalmata. Yo encuentro que es uno de los personajes más interesantes que nunca haya cruzado el Ebro

Había nacido en la región de Istria, que para situarnos está más o menos en la zona de la italiana Trieste y las comarcas vecinas de Eslovenia, hacia el año 1100. ¿Cómo acabó por estas tierras?

Siendo monje marchó a Francia a formarse. Todavía no existían las universidades y su aprendizaje lo hizo en la escuela catedralicia de Chartres. Luego marchó durante varios años a Constantinopla (todavía cabeza del imperio romano de oriente) y Damasco en donde aprendió lenguas orientales y se interesó en la ciencia árabe.

Herman a la derecha, representado con un astrolabio, al lado de Euclides, en un grabado antiguo

Herman era astrólogo, astrónomo, matemático, filósofo… Escribió un librito sobre meteorología, «Liber imbrium» (algo así como «el libro de las lluvias»). Pero básicamente su trabajo consistió en traducir. Fue entonces cuando decidió regresar a Europa occidental y vino a España, que era por entonces un centro de traducción de la literatura clásica conservada en versiones árabes. Tradujo, entre otros muchos, a Euclides y Ptolomeo.

Pedro el Venerable,  abad de Cluny, el principal monasterio europeo en la época, encargó a cuatro monjes de diversos orígenes la traducción del Corán. Parece que los convocó en Pamplona, donde uno de ellos, Roberto de Ketton, originario de un pueblo al norte de Londres, era arcediano (años más tarde sería canónigo de Tudela). Los otros tres eran Pedro de Toledo, un musulmán del que se sabe poco salvo su nombre Mohamed, y Herman.

El quinteto, siguiendo el camino de Santiago, atravesó el Ebro. Probablemente se detuvieran en el monasterio de Albelda, a solo diez kilómetros del Ebro, conocido por su rica biblioteca, es decir por sus buenos copistas. Luego pasaron por Nájera, Burgos, León… Sabiendo el esfuerzo que supone viajar con los propios medios por malos caminos, ¿cuándo encontrarían tiempo para traducir? Luego Herman regresó de nuevo por Nájera a Pamplona para ir a Toulouse. Estando en Occitania parece que regresó varias veces a Pamplona y Nájera, por lo que su paso por el Ebro no fue ocasional.

Parte de esta historia la he reconstruido a partir de las notas de Irene Knehtl. Nacida en Eslovenia, economista y poetisa, que vive en Yemen, el lugar de donde eran originarias las familias dominantes de Zaragoza en la época musulmana. Irene escribe unas frases que lo mismo pueden atribuirse a sí misma o a Herman:

«Todo lo valioso que he aprendido sobre la vida, me ha sido revelado, pensaba Herman. Mi sabiduría ha florecido en al Andalus y Occitania. Mi pasión, en Bizancio y Damasco. Mi angustia, en Pamplona. Mi inocencia aún florece en Carintia«.

Para lograr una receta tan completa hay que atravesar muchos ríos.

 

Pero no todas las travesías han sido pacíficas.

Combates en el río

Durante la mayor parte de las guerras civiles del XIX, las partidas carlistas se vieron obligados a adoptar una estrategia gran movilidad, mientras que los liberales procuraban controlar el territorio, especialmente dominando los puntos estratégicos como ciudades, pasos y puentes.

Hace unos días os hablaba del fortificado puente de Lodosa. Pero los puentes era lo más fácil de controlar a lo largo del río. Los carlistas se colaban a través de los vados o en barcas. En el tramo navarro-riojano había abundancia de unos y otras. Donde era posible los liberales levantaban pequeños fortines o al menos puntos de vigilancia que dominaran el río para dar aviso de las incursiones.

casa del barquero de Azagra fortificada con aspilleras

al fondo torre de vigilancia sobre los vados de Sartaguda

 

 

 

 

 

 

 

 

Gaceta de Madrid del 17 de septiembre de 1836

No les resultaba difícil a los carlistas escabullirse y el paso, incluso de cientos de hombres, empezaba a ser habitual. La prensa gubernamental simplemente dejaba constancia cuando las partidas atacaban en la Rioja.

Al año siguiente los envalentonados carlistas atacaron el puente fortificado de Lodosa. La crónica oficial relataba así este hecho:

«El día 5 de octubre, noticioso (…) de que los facciosos, después de haber tomado á Peralta, dejar en ella cinco Compañías para conservar y fortificar aun mas aquel punto, se habian dirigido a atacar el puente que sobre el Ebro se halla en esta villa, se puso.en marcha para aqui con sus tropas, pernoctando aquella noche en Lárraga y mandando desde allí unos 10 carros de harina y otras provisiones a la guarnición de Lerín que hacia dos días qué estaban sin comer«.

Lerín estaba a un paso de Lodosa, en otro paso estratégico, pero parece que habian quedado aislados por los carlistas. El general liberal reunió batallones y fuerzas dispersas y con una columna de más de un millar de hombres se dirigió a reforzar el puente. Ante eso los carlistas, que habían estado bombardeando el puente los dos días anteriores, se retiraron. Era el sino de la guerra, un toma y daca de movimientos, concentraciones y dispersiones.

Pero no todos se retiraron a tiempo. Lo cuenta el periodista con una crudeza y sinceridad que no duraría mucho en la prensa:

Los de otra columna liberal que venía por la orilla derecha y «que pasó a esta parte del Ebro, aún alcanzaron la retaguardia de los enemigos, que se retiraban de esta villa, y les cogieron 22; de los que fusilaron 4 en el puente, que eran naturales del pueblo. En el referido puente de resultas de los disparos de cañón de los enemigos en todo el día anterior, estropearon bastante la fortificación; hubo un muerto y 11 levemente heridos; de los enemigos 11 muertos.» (Gaceta de Madrid de 18 de octubre de 1837).

Este es un caso más del numeroso conteo de muertos que hubo esos años  lo largo del río. Eran cifras pequeñas, de emboscadas y escaramuzas, sin ninguna batalla importante, pero que provocaron una importante sangría. Pongamos un par de ejemplos:

Hubo muchos casos de ahogados. Era una época en que pocos sabían nadar y las condiciones del paso eran extremas, a menudo de noche, con prisas e incluso bajo el fuego enemigo. O, como en el siguiente caso, sucedido junto a Mora de Ebro en Cataluña, se lanzaban al agua para escapar.

El Español, 31 de diciembre de 1836

Por último voy a trascribir las opiniones del corresponsal en Nájera del periódico el Eco del Comercio, liberal pero no muy contento con la politica del gobierno. El último día del año 1837, tras más de cuatro años de guerra, observa que las fuerzas liberales están en la orilla derecha, «libres de toda sorpresa y ataque del enemigo, por hallarse defendidas por el general Río Ebro que en el día cuenta con un ejército invencible, pues no se puede vadear«.

Pero añade: «Si el ejército continúa más tiempo por esta provincia no sé qué será de nosotros, pues nos comeremos los codos de hambre: solo este pueblo que cuenta 100 vecinos escasos contribuye diariamente con 211 raciones de todas especies (…). De modo que la guerra parece se hace solo a los propietarios pacíficos, y al labrador e industrioso artesano que a fuerza de trabajo y de fatigas tiene que pasarlo con decencia y hoy dia todos quedaremos cacareando y sin pluma, y gracias que nos dejen nuestras pellejas. Quisiera se hallasen por aquí los que tanto cacarean libertad, inviolabilidad y todo lo que huele a ser uno dueño de sus personas y bienes a ver que decían cuando vieran que les quitan el trigo, cebada y hasta las hogazas que tiene para dar de comer a sus hijos«

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