Día 5: Tortosa – estación de Benifallet. Teatro y fantasía

La ruta de hoy tiene dos partes muy diferenciadas. Hasta el azud de Xerta va por el valle que se abre tras pasar las montañas de la cordillera costera catalana. La segunda empieza a introducirse en ese amplio desfiladero. La historia de hoy es consecuentemente doble.

La primera habla de la navegación y nos permite, cosa rara, traer una obra teatral. La segunda será un ejercicio de historia ficción que me he permitido imaginar.  

Se ha navegado por el Ebro desde tiempos muy remotos. Aunque a partir de cierto punto, a unos 100 a 150 km del mar, las dificultades empezaban a ser muy grandes para remontar la corriente, las alternativas por caminos solian ser aún peores y mas costosas. La idea de invertir grandes capitales para mejorar la navegación viene de al menos el siglo XVIII.

Atracado en Tortosa, uno de los barcos con los que se quería modernizar la navegación por el Ebro

Ya nos toparemos aguas arriba con los trabajos que se hicieron. Pero incluso en el tramo bajo y mas favorable, se hacía preciso mejorar las condiciones de navegacion, para adaptarla a los barcos más modernos. A mediados del XIX se constituyó una Real Compañía de Canalización del Ebro y una empresa de Transportes entre Zaragoza y Barcelona por el Ebro y el mar, con barcos de vapor.

El punto de partida clave era el azud de Xerta que se había construido para desviar el agua para regar la margen izquierda. Era la primera dificultad para que los barcos pasaran. La solución inicial fue establecer un amplio canal por la margen derecha que llegara a Amposta y de ahí a Sant Carles de la Ràpita.

El canal de navegación de la dreta, a su paso por Roquetes

Los trabajos finalizaron hacia 1857 y para inaugurarlos se previeron actos y festejos. Uno de ellos la representación de una obra encargada con este fin.

LECTURA DEL DIA:

«El Ebro, comedia en un acto, escrita, con el plausible motivo de inaugurarse la navegación de dicho río, canalizado desde San Carlos de la Rápita a Mequinenza, por D. Manuel Bretón de los Herreros«

Bretón de los Herreros (1796-1873) era natural de Quel (La Rioja) a menos de diez kilómetros del Ebro. Esta es una obra menor, en todos los sentidos, escrita por encargo para ser representada en los actos inaugurales de esas obras. Pero el Ebro está poco más allá del título. En la trama romántica aparecen algunas disquisiciones, representadas por Don Primitivo y Don Crisanto, sobre las desventajas y ventajas que traerá la modernización. Podéis imaginar quién es el que se queja de las modernidades:

 

«D. Primitivo:

     Ebro de mi alma, que corres

     con curso tardo o veloz

     desde Fontibre a la Rápita,

     y en cuya orilla nació, –

     yo soy de Rincón de Soto, –

     este humilde pecador,

     ¿qué crimen has cometido

     para castigarte Dios

     de esta manera?

D. Crisanto:

                                 Entablemos

     antes una discusión

     formal, grave y silogística

     sobre si es castigo o no

     que sus márgenes se rieguen

     y que lo surque el vapor.

D. Primitivo:

     Artes del diablo, delirios

     del humano orgullo, que hoy

     quiere renovar los tiempos

     de Babel y de Nembrod

D. Crisanto:

     Entre una torre y un barco,

     muévale el gas de carbón,

     muévale el remo o la vela,

     no hay paridad, y aunque soy

     naturalmente propenso

     a reservar mi opinión

     hasta pesar con análisis

     prolijo el contra y el pro;»

(…)

En eje de la pieza va sobre un noviazgo en el que él es el ingeniero que ha diseñado las obras del río. Primitivo, padre de la novia, que sigue pensando, «¡El Ebro canalizado, vaporizado… Qué horror!», dialoga con su hermana sobre este novio:

Doña Angustias:

     De la ciencia de este mozo

     se hace lenguas la ciudad:

     a él en gran parte se debe

     la construcción del canalización y de otras obras maestras

     que, como pronto verás, hacen navegable el Ebro

     desde Mequinenza al mar.

D. Primitivo:

     ¡Calla, no toques la llaga

     que manando sangre está!

     El y otros como él se obstinan,

     contra la ley natural,

     en perturbar, sacro río,

     tu mansa tranquilidad;

     ellos han osado, oh cielo!

     lo que no osó el musulmán

     en siete siglos, ni osó

     el rey D. Jaime; ellos, ay!

     consuman el atentado

     horrible, la iniquidad

     de Pignatelli, y haciendo

     anatomía infernal

     de aguas inocentes, violan

     su casta virginidad;

     ellos a la honrada sirga,

     que bastó desde Abraham

     a tantas generaciones

     modelos de sobriedad,

     pretenden sustituir

     inventos de Barrabas;

     ellos de azudes y aceñas,

     quitando a muchos el pan,

     son verdugos, y en fin ellos,

     escudados ¡qué maldad!

     con una moderna ley

     más impía que el Coran,

     me han desposeído ¡inicuos!

     de mi noria inmemorial

D. Emilio (el novio):

     Pero le han indemnizado

     a usted, como a los demás,

     y con ventaja. ¿Qué importa,

     cuando el agua ha de sobrar

     y de otro modo se suple

     más fácil, más eficaz,

     demoler un armatoste

     caduco, en cuyo local

     puede usted plantar moreras

     o poner un palomar?

D. Primitivo:

   ¿Y mi mula? ¿Qué hago yo

     con aquel pobre animal?

Doña Angustias:

     Si ya va a cumplir treinta años,

     ¿Qué diantre?…

D. Primitivo:

                               ¡Hacerla a su edad

     mudar de costumbres!…. Oh!…

     Pero pronto vengarás

     tus ultrajes y los míos

     padre Ebro. No aguantarán

     tus espaldas esa navegable

     que las quiere profanar»

 

HISTORIA (IMAGINADA) DEL DIA:

He buscado tantos datos, referencias y documentos para relatar historias reales sobre el Ebro, que me creo con el derecho de inventarme una. No solo por el placer, no pequeño, de hacerlo sino también porque me permitirá contar algo sobre este territorio en tiempos muy muy remotos, cuando aún no había nacido la historia.  

Volvamos a la época del imerio romano. Imaginemos que un de los emperadores hubiera nacido en Dertosa (Tortosa), algo nada excepcional pues hubo otros como Trajano, Adriano o Teodosio nacidos en ciudades hispanas.

Imaginemos también que este emperador era no menos poderoso y caprichoso que los otros y, al mismo tiempo, influenciable por los grupos de presión de la época.

Entre la pléyade de religiones y escuelas filosóficas había una muy importante, la de los cínicos, conocidos por su amor a la naturaleza.  Esto es sabido por cualquier estudiante de filosofía, pero imaginemos que hubiera habido una rama muy radical que pretendiera volver a reconstruir la naturaleza tal como había sido antes del imperio romano. Tanto que no siquiera les gustaba cómo era en la época de las tribus iberas o en la de los neandertales. Para ello recurrieron a unos sabios griegos, expertos en una ciencia naciente llamada geología.

Estos descubrieron que el valle del Ebro se creó cuando las ocultas fuerzas de la tierra hicieron levantar los Pirineos y los montes que corren cerca de la costa mediterránea. Entonces, esa depresión entre montañas se cubrió de aguas y durante millones de años se convirtió en un mar interior.

A nuestro emperador ese conocimiento le traía sin cuidado. De siempre había conocido el valle como valle. Cuando había navegado río arriba siempre había visto campos y ovejas en ambas orillas, no aguas y peces. 

Pero como en cualquier buen lobby, surgieron argumentos más convincentes para llamar la atención imperial. Le dijeron que no solamente recuperaría el pasado, sino que además sería conocido en el futuro, por los siglos de los siglos. Se trataba de crear la novena maravilla del mundo, que, por si fuera poco, beneficiaría grandemente a la economía de la Hispania citerior, tierra pobre y mal comunicada.

El emperador prestó entonces más atención. Según le describían el proyecto le gustaba cada vez más, aunque veía cómo sus asesores económicos ponían cara de espanto. Y sin hacerles caso dio su visto bueno.

Llamó a los mejores ingenieros y constructores del imperio, concentró varias legiones y miles de esclavos y se iniciaron las obras. Se trataba de cerrar la brecha por la que las aguas del lago interior se habían ido abriendo paso entre las montañas dando nacimiento al río Ebro. Cerrando de nuevo ese desfiladero próximo al Mediterráneo se podría reconstruir el mar interior que había existido durante millones de años.

La sierra de Cardó donde se apoyaría el extremo norte de la gran presa del Ebro. El dique llegaría hasta la zona de las nubes, a más de cuatrocientos metros de altura

La obra era de gran magnitud y exigía además crear un segundo gran dique para que las aguas no escaparan por otra salida. Pero los propios ingenieros, que no tardaron mucho en entusiasmarse por el volumen y complejidad de la gran obra, le tranquilizaron diciendo que era costoso, pero posible. Como el gran embalse iba a ser de dimensiones inmensas, calcularon que tardaría en llenarse algo así como dos siglos y medio, por lo que no era preciso construirlo enteramente con rapidez. Una vez puesto en marcha bastaba elevarlo cada año dos o tres metros hasta completarlo.

El emperador frunció el ceño. El esperaba pasar a la historia rápidamente. Un retraso de dos o tres siglos le parecía poco aceptable. Además las ventajas económicas de contar con un mar interior que facilitara las comunicaciones y la producción de garum, se aplazaban, por lo que sería necesario recurrir a incrementar los impuestos y ya las gentes empezaban a estar un tanto hartas de tanta recaudación para grandiosos proyectos de futuro imaginados por algunos iluminados.

Pero estos no dejaban de buscar argumentos para mantener el interés del emperador. Le decían que había muchos que habían sido conocidos como «pontífices», es decir constructores de puentes, Que solo él se ganaría el título de «stagnífice», de hecho el «sumo stagnífice».

Le organizaron un viaje por algunas de las cascadas más famosas del imperio y le regalaron un lienzo con la representación de cómo quedaría la caída de agua del Ebro que se llamaría cascada de la Roca Roja, con más de cuatrocientos metros de espectacular derrumbe de las aguas. Abajo se crearía un gran parque acuático que atraería a los ciudadanos romanos de todo el imperio. En fin, la novena maravilla del mundo.

No voy a seguir esta historia hasta el final.

Simplemente imaginar dejaros cómo sería ese inmenso pantano. Los ingenieros imaginaron que podría alcanzar una cota de 500 metros, por lo que tedría estas dimensiones aproximadas:

Pero no eran el unico lobby. Las ciudades romanas se movilizaron, para no quedar inundadas. Cesaraugusta no tuvo influencia (aunque las malas lenguas dicen que no lo logró porque el vengativo emperador tenía inquina a la ciudad por un asunto amoroso).

Las ciudades de Pompelo (Pamplona), Varea (Logroño) y Osca (Huesca) hicieron una alianza para que se rebajara la cota a solo 400 metros. Así podrían disponer de puerto marino y beneficiarse del comercio.

Muchos siglos más tarde los pamplonicas, orgullosos de su ciudad, decían que solo les faltaba la playa para ser la ciudad perfecta para vivir. Hacían planes divertidos para imaginar cómo subir el Cantábrico por las montañas, sin caer que su verdadero ser marino era mediterráneo.

1 comentario
  1. Ángel Dice:

    Estimado Jesús:
    Esa historia del mar interior en el Valle del Ebro promete. Te animo a que la sigas escribiendo y nos vayas regalando de vez en cuando algún sabroso capítulo. Éste primero me ha encantado.

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