Día 40: De Trespaderne a Población de Valdivielso. El terror del telégrafo.

Repasando las entradas que he ido escribiendo me he dado cuenta que falta alguna referencia a un conflicto fundamental de la España contemporánea en el que el Ebro también tuvo algún papel: la tercera guerra carlista (1872-1876).

Estos días estoy recorriendo la parte oriental de las merindades burgalesas. Es la última oportunidad que tengo de tratar de este tema, pues la guerra no afectó directamente a las poblaciones que atavesaré los próximos días.

La guerra duró 46 meses (la siguiente guerra civil, la del 36, poco más de 32). La población era de solo 16 millones (un 60% de la del 36), así que los 50.000 muertos que se calcula tuvieron un gran impacto, maxime cuando las zonas en donde se combatió constituían una pequeña parte del territorio (enlace wiki).

Carlistas en Miranda de Ebro

En cuanto al Ebro,  solo en el tramo entre estos valles que ahora atravieso y la Rioja hubo actividad bélica. Una pequeña referencia hice cuando hablé del puente fortificado de Lodosa. Por aquí, más al norte, hubo varias incursiones guerrilleras carlistas y es de ellas de las que voy a hablar.

Fue la primera guerra «moderna» en nuestro país. Las armas habían evolucionado mucho, con producciones industriales estandarizadas. Marcas como «Remington» y «Krupp» se hicieron usuales. La red ferroviaria estaba bastante desarrollada, así como el telégrafo por hilos (anteriormente se usaba el telégrafo óptico de señales visuales). Disponemos de fotografías de los personajes, aunque solo de estudio, porque aún era preciso «posar» largo rato ante la cámara. Incluso la sanidad militar estaba tomando aires más actuales, con la aparición de la Cruz Roja.

Si nos encontráramos de golpe en alguna incursión guerrillera, veríamos escenas parecidas a las que tantas veces hemos vistos en las películas del oeste, y si no lo creéis, atentos a…

LA LECTURA DEL DÍA

Hechos del valiente guerrillero D. Benito Vitores Pérez (1892), recopilados por Robustiano Bustamante y Peña (1840-????).

Benito Vitores (1848-) era un ebreño de San Asensio (La Rioja) que pasó su infancia en Miranda de Ebro. Se implicó en la conspiración carlista desde el inicio del levantamiento de 1872, levantando partidas guerrilleras en esta zona del alto Ebro. Audaz, se encargó de varias expediciones de las que voy a contar dos, en orden cronológico contrario, mejor dicho, voy a trascribir los fragmentos correspondientes de este librito.

Verano de 1875: «Corte telegráfico. Estando el general D. Antonio Mogrovejo (carlista) con la división de Castilla en Berberana, tuvo conocimiento de hallarse el Gobierno instalando un hilo telegráfico entre Briviesca y Medina de Pomar con el exclusivo objeto de poderse entender con la división del general Villegas y estar en contacto con ls fuerzas del Norte y del Gobierno en Madrid.

El general carlsta dió el 24 de agosto poderes a Vitores para inutilizar aquella línea, que se hallaba custodiada por el comandante de la Guardia civil D. José García Honorato al mando de dos compañias del regimiento de Zaragoza, una de Guardias civiles y un escuadrón de caballería de Albuera (posiblemente más de trescientos hombres en total para vigilar los hilos).

Salió Vitores a cumplir las órdenes de sus superiores y dispuso que su sargento Restituto Fernández bajase a la Tobalina y viera el estado en que se encontraba la línea.

Sabedor Vitores por su subalterno de cuanto deseaba, bajó el 2 de septimbre con las partidas, apoderándose de las ventas de Moneo y destrozando a la vez diez kilómetros del cable, consiguiendo que el comandante García Honorato se encontrara con el telégrafo destrozado antes de hacerse cargo de su custodia«.

No debe ser fácil eliminar el cable de tan larga distancia. Pero los jefes sabían bien lo que hacían, pues tenían una buena experiencia previa del propio Vitores, esta vez con el Ebro de por medio.

Verano de 1874: «…recibió una comunicación de D. Antonio Dorregaray  (capitán general carlista de las provincias vasco-navarras) para que se acercase a Estella (cuartel general y «capital» carlista) a recibir órdenes de importancia.

En presencia de este general oyó gustoso la orden de que inmediatamente franquee el Ebro con el objeto de impedir toda comunicación por telégrafo (…).

Un puñado de valientes no podía luchar con tantas fuerzas enemigas, os vados estaban además ganados, pero el nuevo Capitán, acostumbrado como estaba a no oponerse a las determinaciones de sus superiores, aceptó la empresa, córrese con decisión asombrosa el 14 de agosto hacia Caicedo-Yuso, donde nadie podía soñar que carlista alguno se atreviese a sentar sus plantas por ser las aguas del Ebro una infranqueable muralla.

Vitores forma sus fuerzas y con férvido entusiasmo, cual si fuera otro Pelayo en Covadonga, arenga a los suyos en estos términos: «Partidarios: hay que salvar las dificultades que nos opone la naturaleza con las corrientes del Ebro; tenemos que penetrar por entre 14.000 soldados enemigos que están bajo las órdenes del general D. Rafael Echagüe. El que sepa nadar que de un paso al frente; nada de vacilaciones; así lo exige nuestra dignidad y los intereses de la patria».

Tan pronto como hubo terminado esta lacónica pero expresiva arenga, el intrépido sargento Francisco Arbaizar y diez números más se prestaron gustosos a aceptar el compromiso de tan arriesgada empresa».

Aquí tengo que hacer un inciso, pues el texto entra en un silencio incómodo. Iban a atacar la estación ferroviaria de Miranda, pero para ello no hacía falta cruzar el río, pues está en la misma margen que Caicedo. Quizás lo cruzaran dos veces para sorprender a la guarnición por algún punto desprotegido o quizás sea producto de una mezcla de recuerdos.

«Efectivamente, Vitores con su sargento Arbaizar y sus diez compañeros entran en la estación de Miranda de Ebro, se posesionan de ella sorprendiendo a los maquinistas y fogoneros,  haciéndoles saber que era indispensable apagar dos de las tres máquinas locomotoras que se hallaban encendidas, en la previsión de que las fuerzas enemigas no pudieran utilizarlas con esa oportunidad necesaria en los momentos de que fracasase el plan que tenía concebido.

Dueño del tren, del maquinista D. Bruno Aróstegui y del fogonero Antonio Urquijo, se marchó con la máquina titulada «España» número 43, rompiendo todos los hilos telegráficos que anudó a los topes del último vehículo hasta llegar más abajo del pueblo de Cenicero, distante de Miranda 39 kilómetros«.

¿Os habéis fijado en el detalle de citar por sus nombres al fogonero y al maquinista, encabezando el de este con un «Don»? Debió ser todo un espectáculo la ristra de cables que seguría al convoy. No es extraño que le llamaran de nuevo cuando hubo que destrozar otra linea: era el terror del telégrafo.

¡EXTRA, EXTRA!

Hay algunas cosas interesantes más sobre los telégrafos y el Ebro que he leído en un artículo.

El telégrafo eléctrico de uso civil ya funcionaba desde mediados de la década de 1850, extendiéndose a la par que el ferrocarril. Pero los militares llevaban un retraso en la técnica y cuando empezó la guerra en 1872 proyectaron levantar las torres de un telégrafo óptico a lo largo del Ebro, entre Reinosa y Miranda con una prolongación, entre otras, a Lodosa.

Ese sistema ya se habia empleado, falto de alternativas, en la primera guerra carlista, cuarenta años antes. Pero para enfrentarse a las partidas guerrilleras no parece que el sistema de torres aisladas fuera el más efectivo. Parece que la idea era emplear los dos sistemas de manera redundante. La locomotor de Vitores no podria acabar con las torres de espejos y señales.

Por su parte los carlistas tambien llegaron a emplear los dos sistemas en el territorio que dominaron más establemente.

 

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