Día 08 – 1 de junio. Los españoles de Wellington.

Al día siguiente, una vez instalado el campamento, me dijeron que varios rifleros me estaban buscando.

Estaban vestidos de verde y con su sombrero de tubo de chimenea, como todos. Pero por su aspecto, color del rostro y gestos, no parecían ser ingleses o escoceses. Al saludar quedó claro que eran españoles.

No sé si fue mayor mi sorpresa al encontrarlos aquí o su alegría por poder hablar con un compatriota con el que entenderse mejor que con el portuñol que, como mucho, se esforzaban a hablar los oficiales a su cargo. Eran gentes sencillas, así que tampoco había manera de que en el batallón se entendieran en francés. Pero entenderse, acababan entendiéndose, con palabras sueltas y gestos encadenados.

Les pregunté cómo habían caído en el 95º y me dijeron que entre voluntaria y forzadamente. Algunos, antes de ser reclutados por el ejército español, habían preferido las filas inglesas, convencidos que habría mejor comida, calzado y paga. Al fin y al cabo los ingleses eran los que disponían de dinero y suministros en alguna abundancia.

Otros me dijeron que se habían visto forzados por las autoridades, que estaban buscando cómo rellenar el cupo de españoles. En mayo del año anterior, dentro de la coordinación entre ambos ejércitos, se acordó que en algunos batallones ingleses, bastante mermados por las duras batallas de ese año, se incluyera un centenar de reclutas españoles. Eso supondría que uno de cada ocho soldados fuera español aunque parece que nunca lograron alcanzar una cifra tan alta.

Uno del 95º. The 95th Rifles Battle Re-enactment & Living History Society

Entre ellos había un inglés, llamado Edward Costello, uno de los veteranos, me lo explicó con más detalle:

—»Nuestros regimientos, debido a la constante colisión con los franceses, se reducían excesivamente, y los reclutas de Inglaterra llegaban muy lentamente.Finalmente los jefes vieron necesario que se incorporaran algunos españoles; con este propósito, varios suboficiales y hombres fueron enviados a los pueblos adyacentes para reclutarlos. En poco tiempo, y con sorpresa nuestra, se nos unió un número suficiente de españoles para dar diez o doce hombres a cada compañía del batallón. Pero el misterio pronto fue desentrañado, y por los propios reclutas, quienes, al incorporarse, nos dieron a entender, con un gesto hacia el cuello y un sonoro ‘¡Carajo!’, que solo tenían tres alternativas para elegir: ingresar a los batallones británicos, apuntarse a la partida guerrillera de Don Julián, o ser ahorcados.»

Iba a preguntar sobre este don Julián, pero no fue necesario. Costello tenía tantas ganas de hablar conmigo como el puñado de españoles

—»¡Don Julián! ¡Don Julián Sánchez, a quien llaman ‘El Charro’, tan bien visto por los generales! Pero su despótico dominio y su trato amenazante, habían enfriado la inclinación de muchos de sumarse a la guerrilla. Algunos huyeron apresuradamente de los bosques y dehesas, por temor a encontrarse con esa partida y verse obligado a unirse a ellos, y con mucho gusto se unieron a los regimientos británicos. Muchos de ellos incluso fueron nombrados cabos y, de hecho, demostraron ser dignos de sus nuevos camaradas, a quienes rivalizaban en cada empresa de coraje y determinación.

Rebuscando más información para comprobar si lo que me decía Costello era verdad, parece ser que sí, que el ejército británico, a l que no parecía faltarle ni dinero ni armas, andaba muy escaso de hombres y apenas podía cubrir las bajas con el sistema de voluntariado que tenía, ni aunque lo forzara un poco. Se cuenta que la Junta-gobierno española autorizó a mediados de 1812 a que los británicos reclutaran cinco mil españoles en sus divisiones, a cambio de una ayuda de un millón y armas y uniformes para cien mil soldados españoles.

El acuerdo, parece que negociado por el general Alava, entraba en los detalles. Debían ser tratados como cualquier otro recluta, sin discriminación. Aunque como Alava era bien conocedor de los castigos corporales que se empleaban aún en el ejército británico, debió pedir a Wellington que transmitiera a los comandantes de los regimientos, el deseo de que estos voluntarios fueran tratados con suma bondad e indulgencia, frente los grados habituales del sistema de disciplina.

Si finalmente se echaba a los franceses, los soldados españoles no tendrían que salir de su patria para seguir combatiendo, sino que recibirían un mes de paga para poder volver a sus hogares. Teniendo en cuenta que a pesar del cuidado que tenían los oficiales, de vez en cuando surgían roces por cuestiones religiosas entre británicos anglicanos y españoles católicos, se dejó firmado que se les permitirá asistir a los servicios Divinos según los principios de la Religión Católica Romana.

El sargento da instrucciones a los rifleros. The 95th Rifles Battle Re-enactment & Living History Society

Sus oficiales y compañeros parecen estar contentos con el comportamiento de los españoles del 95º, que forman un nutrido grupo de más de un centenar. Parece que tuvieron bastante éxito en integrarse en este regimiento tan particular. Quizás las casacas eran menos brillantes, y los bailes menos alegres, pero el espíritu del grupo y la forma de combatir se ajustaba mejor a esos hombres. Pero Costello, que es sargento, me cuenta que también aportaban al batallón un elemento extra que le incomodaba.

—». . . teníamos varios españoles en nuestro regimiento. Estos hombres eran generalmente valientes; pero uno en particular, el nombrado Blanco, era uno de los más atrevidos y expertos tiradores que teníamos en el batallón. Su gran valor, sin embargo, estaba manchado por un amor por la crueldad hacia los franceses  a los que detestaba, y de los que hablaba con las expresiones más feroces. En cada misión que teníamos él siempre estaba en el frente; y era maravilla ver cómo escapaba de los tiros del enemigo; su singular inteligencia a menudo lo salvó. Su odio al Francés era, creo, ocasionado por su padre y hermano que eran campesinos que habían sido asesinados por un forrajeador francés. Desde este día dio muchas pruebas horribles de este sentimiento apuñalando implacablemente y golpeando con la culata de su fusil a cualquier francés que tuviera a mano, aunque estuviera herido. Esta matanza en la que estaba tan abismado, sin embargo, fue detenida por un veterano de nuestro regimiento que, aunque padeciendo una herida severa en la cara, se exasperó con la crueldad del español, y lo derribó con un culatazo. Blanco se volvió contra él y solo a duras penas pudimos evitar que el español lo apuñalara”.

 

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *